Antonio Carrilero.
Paseo de la Estación, 38.
02630 La Roda (Albacete)
ESPAÑA.
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© Antonio Carrilero

Carrilero, ante la crítica:
La imaginación del Paisaje de La Mancha.

Francisco Fdez.Ordóñez

Entre la agresividad y el orden.

Francisco Agramunt Lacruz

La pintura de Antonio Carrilero.

Carlos Areán

Antonio Carrilero: El paisaje humano de La Mancha

Luis Carandell

Carrilero de La Mancha.

Jorge Cela Trulock

La pintura de Antonio Carrilero.

Fernando G. Delgado

Un maestro del color y de la luz.

Angel Gómez Fuentes

Las amapolas.

Jesús Hermida

Antonio Carrilero, peregrinación a La Mancha, paisaje del alma.

José Hervás.

Nota para Antonio Carrilero.

Alfonso López Gradolí

Antonio Carrilero.

Javier Rubio

'Los coleccionistas convierten el estudio de Carrilero en un lugar de peregrinaje cultural'

 

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Antonio Carrilero, peregrinación a La Mancha, paisaje del alma.
Antonio Carrilero, como los grandes creadores del siglo pasado, Picasso entre ellos, es un pintor muy fecundo. Siempre ha querido, como el gran maestro del cubismo, que la inspiración le encuentre trabajando. Como el genio malacitano asegura que no busca, sino que encuentra.
Esta página es una muestra de ello. Como el gran realista contemporáneo estadounidense, Charles Thomas Close, más conocido como Chunk Close, confiesa que “la inspiración es para los aficionados, él sencillamente se dedica a trabajar”. Antonio pinta todos los días del año desde primeras horas de la mañana. Pese a ello siempre le queda tiempo para recibir a los innumerables amigos y coleccionistas que han hecho de su estudio en La Roda un lugar de peregrinaje cultural.
Nada más iniciar la conversación con Antonio Carrilero uno se percibe más sabio, mejor conocedor del mundo del arte, de la pintura, de la literatura, Antonio es un gran lector y transmite sabiduría que hace sentirse reconfortado por haber viajado a contemplar su obra siempre centrada en la Castilla manchega.
¿Y qué pinta Antonio tras tantos años trabajando entre los duros paisajes de su tierra?
Creo que, como buscaba descubrir en los grandes genios el último gran marchante de la historia, su admirado Leo Castelli, pinta el paisaje del alma. Paisaje del alma pese a que tantas veces en estas desnudas tierras no aparece nunca un hombre. Estos son paisajes en soledad. No hay seres humanos, pese a que son paisajes transitados, roturados siempre con el estigma de los hombres, con caminos, los caminos que siempre llevan a un destino. La suya es la reinvención del paisaje. Son paisajes que él no ha querido abandonar nunca.
Carrilero, discípulo predilecto del fundador de la Escuela de Vallecas, Benjamín Palencia, renovador de la concepción del paisaje, es hoy el gran maestro vivo de esa escuela desde donde Madrid se abre, o se abría, al campo, a la naturaleza. Machado decía que le gustaba la naturaleza más que el arte, lo que este otro Antonio, Carrilero, traduce en que sin la naturaleza él no sería pintor.
Antonio es al paisaje manchego lo que Edward Hopper a los interiores de la vida diaria de Nueva York, esencia de la pintura. La obra evidencia su dominio, su don por el equilibrio y el ritmo entre formas y colores. Creo que entre quienes mejor ha descrito el dominio del arte de la pintura de Carrilero está su gran amigo Jorge Cela, quien en su poético libro biografía ‘Carrilero, paisajes, bodegones, retratos’, dice que Antonio “nació con el color en los ojos”.
En cambio el mayor historiador y sociólogo del arte del siglo pasado, a quien tan bien conoció Felipe Mellizo, el vienés afincado en Londres hasta su fallecimiento, Ernest Gömbrich, con ocasión de la exposición en la capital del Reino Unido del maestro de La Roda en la sala Blason Gallery, lo que destacaba de Antonio era su dominio del ritmo. Es lo que le compara con otro gran maestro de la pintura paisajística, Ortega Muñoz.
Uno de los primeros grandes críticos en advertir de la importancia de la pintura de Antonio fue el crítico, escritor y ex director del Museo de Arte Contemporáneo, Carlos Areán. Insertó su obra de factura larga, brutal incluso, en lo que el profesor Lafuente Ferrari había denominado con acierto y veracidad como "la veta brava de la pintura española". Pintar el realismo de la pobreza, la tierra manchega y convertirlo en arte, es la bravura misma. Siguen siendo la bravura de sus paisajes más recientes, la nota característica, pese a que se advierten en ellos contrastes menos vivos. Consigue así una pintura más madura, segura y extremadamente rica en matices.
Quien fuera ministro de Exteriores y uno de los políticos más culto, refinado y sagaz de la transición, Francisco Fernández Ordóñez, también trató de explicar el proceso creador de Antonio Carrilero. Recogía al presentarle en Madrid allá por los años 90, en el glorioso, pero ya desaparecido Salón Cano, un comentario de Benjamín Palencia sobre la obra de Antonio, según el cual, "el arte no es sólo realidad, sino la imagen interior del artista". Benjamín se lo explicó a Antonio con un dibujo. Ordóñez por su parte añadía “yo creo que estos cuadros son también autorretratos del pintor, o sea, pintura verdadera, resistente a todas las vanguardias y a lo que no sea la propia verdad expresiva".
Entre quienes mas emotivamente analizaron la obra de Antonio se encontraba su buen amigo Luis Carandell. Comentaba con ocasión de la de exposición de Antonio en el Palacio de Europa de Estrasburgo, que "ante un cuadro de Carrilero pienso, qué portentoso es el arte de la pintura que permite al artista copiar un paisaje y hacerlo al mismo tiempo humano. Ésa es la entraña, ese el secreto de la pintura: copiar y copiarse. Hacer que los campos, los ríos, las piedras, los árboles, las flores hablen de quien las ha pintado. Tomar de la naturaleza las formas, los colores, las luces y mostrar lo humano a través de ellos". Es la evidencia de su estilo. Es la evidencia de que la obra de Antonio continúa dando sentido al arte, como sugiere Calvo Serraller al asegurar que el sentido histórico del arte es “recortar y recordar, redefinir los fragmentos del tiempo”. No hay definición más sencilla y certera de la obra del genio de La Roda.
Paisaje humano el de Antonio pese a que se trata de la "espaciosa y triste España", que describiera Fray Luis de León, castellano ilustre también, nacido en Belmonte, tan cerca de su tierra natal. Espacios amplios y duros que Antonio ha conseguido situar entre lo más genuino de la pintura española de nuestro tiempo.
Esta página web de Antonio Carrilero, a la que tanta dedicación y sabiduría ha entregado María Trujillano, recoge una amplia selección de su obra y algunas de sus intervenciones en televisión. Sobre todo ‘Autorretrato’ que ha dado a conocer mundialmente sus reflexiones sobre la vida y sobre el arte a través del canal de Televisión Española Internacional, trabajo inicialmente elaborado para TVE en Castilla La Mancha, bajo la dirección del periodista Miguel Nieto.
José Hervás
Periodista ×
La pintura de Antonio Carrilero
Antonio Carrilero es un expresionista a la manera castellana. Lo es como Benjamín Palencia y nació como él en la provincia de Albacete, en la Roda, concretamente, ciudad en la que el interés desinteresado por el arte actual se manifiesta incluso en la existencia de un museo privado, fundado y mantenido sin medios económicos, pero con entusiasmo inmenso por Juan Martínez, rodense benemérito.
Castilla vista desde Albacete no constituye una especial novedad. La Roda está en La Mancha y su paisaje es, por tanto, el más austero de España. Semejante austeridad no es un problema, sino un acicate para un pintor como Carrilero. Cuando la tierra es siempre iguala a ella misma, es en cambio la luz variopinta y multiforme. He visto cielos añiles en La Roda. He visto también luces filtrándose en abanico entre una pantalla de nubes. El rojo se hacía más destellante en alguna amapola y el verde plata más matizado en algún cactus humilde. Todo eso, la luz y las lontananzas ilimitadas, el color hiriente, hecho de luz, y algún que otro bodegón recortándose sobre el paisaje, es lo que Antonio Carrilero pinta infatigablemente días tras día. Su factura es larga, brutal incluso, una factura inserta en lo que lafuente Ferrari denominó con acierto “la veta brava de la pintura española”. El empaste es directo, sin amasado posterior, pero con la intensidad necesaria para servirle de complemento a los colores limpios y puros, con preferencia de los primarios y escasos asordados. La composición se basa más en los ritmos entre forma y forma que en un sistema silogístico de pesos y contrapesos. Composición instintiva, por tanto, pero íntimamente adaptada al juego conjunto del color y de la materia.
Esta pintura instintiva es ante todo pintura pura. Ningún otro paisaje se presta mejor que el de Castilla a esta posibilidad. Es su misma austeridad la que hace posible que el recodito o el riachuelo serpenteante no nos distraiga con su bonitura de la libre manifestación de los valores pictóricos. Antonio carrilero sabe todo esto, pero no es por ello por lo que ha elegido a Castilla como tema. Lo ha hecho más bien por ternura ante lo que considera como un bien íntimamente suyo y que recrea día a día con amor en sus lienzos.
Carlos Areán
Ex Director del Museo Español de Arte Contemporáneo ×
Entre la agresividad y el orden
Antonio Carrilero es un pintor albacetense que se insertó tardíamente en aquella corriente artística llamada Escuela de Vallecas, que tuvo como iniciador y clásico exponente a Benjamín Palencia. Como buen discípulo, Carrilero siguió fielmente las enseñanzas que su maestro introdujo como un culto del fauvismo ibérico.
Se encuadra la pintura de Antonio Carrilero en el amplio estilo neoimpresionista del paisajismo autóctono, dentro de una fuerza y colorido que no excluyen, antes afirman, muy notorios valores conceptuales y de factura, aquellos que dieron renombre y categoría al plenairismo, aún hoy vigente, con renovados bríos, en España.
Para pintar, Antonio Carrilero se apoya en la naturaleza, pero en su plasmación lo real adquiere sublimación cromática. Utiliza gamas luminosas, pero templa con sensibilidad exquisita sus efectos agresivos y formula el cuadro como un poema de lírico colorido.
La Mancha ejerce una singular influencia inspirativa en el pintor de La Roda. Carrilero capta perfectamente la aspereza, la soledad y la fuerza de este paisaje amplio, extenso y recoleto.
La obra de Antonio Carrilero, dentro de un fauvismo típicamente autóctono, se desenvuelve entre la agresividad y el orden pictórico. Agresividad profundamente sentida por carácter y temperamento; y orden como consecuencia de un ejercicio técnico continuado y muchos años de laboriosidad.
Antonio Carrilero es un pintor profundamente temperamental, diríamos que mueve sus pinceles a impulsos del corazón. Y en esto su agresividad juega un importante papel. También su ingenuidad, su talante de persona buena y un deseo de reencontrarse consigo mismo.
Ante Antonio Carrilero nos encontramos, pues, con un pintor de exquisita y frenética sensibilidad, que ahonda en un mundo pictórico enteramente personal y propio. Un mundo que ha sabido liberarlo de su amarga cotidianeidad real y que ha elevado a obra de arte. Este es su gran mérito y el que lo hace irreductible al resto de los paisajistas españoles.
Francisco Agramunt Lacruz
De la Asociación Valenciana de Críticos de Arte ×
Autobiografía: Antonio Carrilero
Quizá lo mejor que pueda ocurrirnos cuando queramos acercarnos a la esencia de La Mancha es no acordarnos del nombre de sus lugares como sucede en las aventuras del ingenioso hidalgo. Y no por querer omitir nombres como La Roda – cuna de Carrilero – desde donde la mancha austera puede cambiar de una hora para otra los añiles de su cielo o las pardas texturas de sus tierras. No. Hay que olvidar los nombres para que La Mancha no se nos quede pequeña, o simple de ver y de contar, aunque singular siempre. Porque ahora querría tener aquí entre nosotros, a Paco Fernández Ordóñez, si estuviera vivo, que buena falta nos hace, para discutirle eso que tiene escrito en un texto sobre Carrilero y que viene a decir que “en La Mancha las cosas son lo que parecen, exactamente lo que parecen”. No señor, pienso yo que precisamente porque a veces La Mancha no es lo que parece, la pintura de Carrilero es más manchega. Y digo más: porque la autenticidad del artista no está en la copia de la realidad sino en la realidad que crea, esa realidad es, en el caso de Carrilero, La Mancha, sus paisajes rurales o urbanos y sus gentes. Pero no La Mancha tópica y confortable del tarjetón postal, sino La Mancha adivinada, entrevista, penetrada o soñada por quien, como Carrilero, es capaz de ofrecernos, por ejemplo, el territorio sediento donde se rastrea la devoción por Benjamín Palencia, tanto en el tema como en el trazo, pero también un mundo árido y estremecedor que lo acerca a Ortega Muños, el extremeño. Y, por qué no, a veces parece pedir prestada una luz mediterránea que se posa sobre La Mancha al vecino Lozano, levantino. Y aparece entonces otra Mancha donde crecen los lirios con su altivez y las capas de los verdes diversos se enmaridan con el secarral o una hilera de chopos ofrece la intuición del río. O se yerguen los cipreses en una lejanía donde los cielos diversos de La Mancha son a veces diáfanos y otras entreverados de nubes o matizando la luz que presagia las tormentas.
Esta mancha que hemos visto primero en Carrilero, la hemos descubierto mucho más recientemente cruzándola en el tren de alta velocidad. Así son las cosas. Sin embargo, lo que más me interesa de Carrilero no es esa consonancia con La Mancha, vista y no vista, con o sin tren, porque estoy con Oscar Wilde en que lo esencial es el estilo y no la sinceridad. Lo que sucede es que la fidelidad a uno mismo, que en ocasiones, como le sucede a Carrilero, se expresa a través de un estilo – inserto en una tradición, pero propio – da como resultado lo que se llama sinceridad. Yo no sé si Antonio Carrilero pinta estas cosas porque siempre se está retratando a sí mismo, pero bien pudiera hacerlo si damos por bueno lo que dice Wilde: “Todo retrato pintado comprensivamente es un retrato del artista, no del modelo. Este no es más que el accidente, la ocasión. No es él a quien revela el pintor: sino éste el que, sobre el lienzo, se revela a sí mismo”. A lo mejor a los críticos de arte sólo les importa el trazo, el dominio del dibujo, la estructura del cuadro, qué se yo… Incluso quien lo hizo antes o después que Carrilero y quién lo hizo mejor. Pero yo que no escribo ahora al servicio de la historia del arte ni sobre las técnicas pictóricas me importa decir, desde la emoción que te ofrece la contemplación de una obra en su conjunto, que bien parece que haya pintores, como Carrilero, que lo que hacen es autobiografía y que cuando humanizan su paisaje no están haciendo otra cosa que contándonos su vida. Si tuviera razón Ortega, que no lo creo, no la iba a tener siempre, en aquello que dijo de que la deshumanización del arte estaba probada por el divorcio que existía entre el artista y su público, en casos como este no tendría nada que temer el filósofo español. El público de Carrilero está enamorado de él.
Fernando G. Delgado
Premio Planeta 1995 ×
Antonio Carrilero, un maestro de la luz y del color.
Antonio Carrilero, natural de La Roda (Albacete), vuelve a Madrid después del reciente éxito obtenido en Nueva York. Su obra ha impresionado en la capital mundial del arte. El pintor manchego había recibido ya crédito y prestigio internacional con muestras en Bruselas, Estrasburgo, Londres y Washington. Pero Carrilero ha visto consagrada su categoría con una gran exposición en el famoso barrio del Soho, que ha provocado generales elogios de críticos de medios de comunicación, expertos y público.
En todos los comentarios, hubo una idea dominante: la pintura alegre y luminosa de aAntonio Carrilero está por encima de las modas, resistente a todas las vanguardias. Su originalidad está en habernos dado una nueva visión de la naturaleza, porque ha sabido acercarse y hablar con ella hasta devolverle la vida con sus pinceles. Así, ante algunos de sus cuadros de verano con rastrojos se percibe el olor a mies, y sus lirios o amapolas, trigales o girasoles aparecen respirando y movidos por el viento. Lograr trasnmitir ese sentimiento, como hacen los cuadros de Carrilero, es precisamente lo que define una obra de arte.
Esas cualidades y estilo inconfundible, que Carrilero llama realismo lírico, provocan que nadie sea indiferente ante cualquiera de sus cuadros. Los sentimientos que su obra suscita los resumía Luis Rojas Marcos, responsable de Salud Mental de Nueva York, en la exposición del pintor manchego: “Agrada mucho ver la naturaleza que pinta Antonio Carrilero. Sus cuadros transmiten un sentimiento de paz y de tranquilidad, algo de los que estamos muy necesitados hoy en día”.
Carrilero ha visto ratificada en Nueva York su fama de ser uno de los grandes paisajistas contemporáneos. Ahora vuelve a Madrid con una obra nueva, fruto de un trabajo honesto, donde se aprecia la calidad del artista con proyección internacional: hay combinación de cálidos colores, formas armoniosas y creativa imaginación. Se trata de una pintura que, como decía Rojas Marcos, es fuente de calma, belleza y unidad, dando al mismo tiempo la estabilidad y armonía que todos buscamos.
El gran momento de madurez creativa de Carrilero se ve reflejado en el interés que suscita su pintura. Después de esta muestra de Madrid, le esperan otras dos exposiciones en Roma, Washington y Nueva York.
Angel Gómez Fuentes ×
Las amapolas
Hay un cuadro de Antonio Carrilero (quien, por cierto, expone estos días en la Galería Cano, de Madrid, por si ustedes quieren verlo) donde se nos aparece un campo ancho de amapolas. Una estampa amapolaza de la meseta, seguramente, un brote de rojos y amarillos jaramago con golpes de blanco. Fragmento fugaz, pienso yo, entre dos sequedades: la del invierno y la del verano. Suele ocurrir en las tierras españolas que o se hielan os e calcinan: la explosión parantesital de una flora que se enciende, que apura hasta los límites del color de la vida de su corta primavera. Un zurriagazo intenso, apresurado, tan lleno de gracia vegetalmente visceral, que parece sorber la tierra.
Yo lo tomo como una lección: la de lanzarse a la existencia de cabeza, allá voy. Reviento, luego existo, ¿no? Bueno, no tanto. Que revienten otros: las amapolas y los jaramagos, por ejemplo. Pero hay, sin embargo, una enseñanza que sin mucho riesgo de infarto podemos sacar de las tierras yermas breve y rabiosamente florecidas: la de no pasar por su lado sin enterarnos. El oficio de espectador interesado, ávido, tiene una cierta nobleza.
O al menos es lo que se me ocurre cuando por la ventanilla del coche, o la del tren, o en el resbalón óptico de la bicicleta, o, como en este caso, en el cuadro de Carrilero, veo un retazo de vivacidad que se me escapa. Algo que dura tan poco, visto y no visto, que a veces pienso que no pararse y mirarlo tiene mucho de pecado contra nosotros mismo y la tierra que aún nos mantiene.
O sea, sin más vueltas a la noria de no decir las cosas como son: que si no nos atrevemos a vivir la vida hasta la ambición de no perdernos, de ella, ni un sólo minuto, por lo menos podemos contemplarla antes de que se nos escape entre las manos.
Pues eso: como las amapolas.
Jesús Hermida×
Nota para Antonio Carrilero
“El carril es la huella que dejan en el suelo las ruedas o el surco con el arado”.
(Del Diccionario de la R.A.E. primera y segunda edición)
No se si escribir diccionario con mayúscula porque el de la Academia Real Academia es importante dicen que utilísimo pero el nombre de mi amigo ANTONIO CARRILERO que vaya impreso con grandes letras porque entrecierra sus ojos frente a la llamarada ocre del cereal y el cielo puede ser bermellón las encinas carmines y los bancales tiene como los tejados líneas paralelas o carriles que son insistencias para la espátula la tenacidad de los que siguen junto sin juntarse o unirse delirantes amarillo el orgiástico malva.
Antonio sigue bajo el sol duplicando sus llanuras en este lienzo que algún día mirarán con luz de lluvia y yo recuerdo la frase de Pavese (más o menos dijo) nada hay con más sabor a muerte que el sol del verano con su radiante fulgor su exuberante naturaleza Carrilero que observa las lomas de La Mancha con vaho de calor la exactitud musical de los viñedos la trilla de Al-Basit o Al-Baziti (los llanos la llanura) campos de paso de reconquista de recuperación para nosotros carrileros o gente que va por los campos que otros han hecho.
Alfonso López Gradolí×
Antonio Carrilero
En pocos años, la obra de Antonio Carrilero (La Roda, Albacete, 1936) ha dejado de ser una promesa para convertirse en una pujante realidad. De aquellos paisajes primerizos de los años cincuenta, en los que se adivinaba una admitida presencia de Benjamín Palencia, su maestro y amigo, Antonio Carrilero fue pasando a su propia pintura personal, inconfundible, que hoy nos llega a través de sus estampas de campos y pueblos, de sus bodegones y retratos, de sus interiores, sus flores, sus figuras. Todo cuanto se ha descrito sobre él debe revisarse sobre una pintura que rompió definitivamente con cualquier tipo de influencia o atadura para volar libremente. Incluso entre su última exposición y la actual hay diferencias notables en lo que se refiere a la soltura de la pincelada y la acentuación del color.
La hay entre esa corrida de pueblo (tema que ha pintado en otras ocasiones) y la que ahora nos ofrece, más sobria, solanesca casi. Entre sus “Lirios en primavera”. Que son los mismos de antes y, al mismo tiempo, no lo son. Entre las amapolas, los trigales, los almendros, los campos de su tierra y de todas las tierras que visita. Entre los jarrones con flores (una de sus especialidades) y los rostros de esos impecables y sueltos retratos femeninos. Carrilero ha alcanzado esa difícil maestría con los años y el esfuerzo, con un trabajo constante y tenaz, humilde y silencioso, apartado de la moda y de los ambientes donde brilla más el oropel de la apariencia que la verdad del arte.
Carrilero está ya al margen de cualquier discusión, como paisajista y como pintor. Está en ese punto en que la pasión de pintura apenas necesita el pretexto de un modelo para convertir en pintura lo que contempla, para que el más insignificante pequeño formato nos transmita el mensaje, grande y elevado, de la verdadera pintura.
Javier Rubio
ABC de las artes, 22-4-94×
Carrilero de La Mancha
Así es La Mancha. Como Carrilero la pinta.
La ventana abierta para que la vista vea; el muchacho instalado en la butaca; los lirios, la amapola; el bodegón con el puchero, la cesta de frutas, la damajuana…
Sopla el viento y mil, verdes brotan de la hierba de su paleta.
Todo es motivo más que suficiente para que el pintor deje a su arte salir por el pincel.
No hace falta más: cualquier cosa ahí delante y alguien que nos lo queira enseñar, antes de que sea de noche, de que llegue el otoño, de que se cierre la ventana por la lluvia.
Carrilero tiene en sus manos el artilugio que le hace pintar, por eso es pintor. No importa nada más. Y lo hace con trabajo, eso no puede faltar, porque la mano tiene que moverse, pero esto es bien poco.
Todo viene cuando un buen día cogió el lápiz y un papel y la mano se dejó guiar por su ir hacia ese milagro y quedó el dibujo, sin más que decir. No tiene explicación.
¿Cómo es una mujer bonita?
¿Cómo es un árbol frondoso?
¿Cómo es una flor, una flor?
Esa es la pintura, cuando es pintura. Cuando no es algo aprendido. Cuando llega sola a la mano, al pincel, a la tela. Como todo lo increíble, es muy fácil de explicar.
Luego está el trabajo, pero eso quizá deba ser igual; tiene poco interés. Quizá sirva para añadir un adjetivo, es un pintor realista, refleja en su paleta..., etc.
La pintura, en Carrilero como en todos los pintores que se deban llamar así, está en su interior; la tiene dentro. Y acaso hasta importe poco, aun que nos guste disfrutar con ella, que la suelte al exterior.
Y además tenemos la suerte, en esto Carrilero sólo tiene el mérito de ser de donde es, de poder ver en sus cuadros esos colores y esas formas manchegas, llenas de tierra y cielo y acaso algún vegetal.
Jorge Cela Trulock ×
Antonio Carrilero
En pocos años, la obra de Antonio Carrilero (La Roda, Albacete, 1936) ha dejado de ser una promesa para convertirse en una pujante realidad. De aquellos paisajes primerizos de los años cincuenta, en los que se adivinaba una admitida presencia de Benjamín Palencia, su maestro y amigo, Antonio Carrilero fue pasando a su propia pintura personal, inconfundible, que hoy nos llega a través de sus estampas de campos y pueblos, de sus bodegones y retratos, de sus interiores, sus flores, sus figuras. Todo cuanto se ha descrito sobre él debe revisarse sobre una pintura que rompió definitivamente con cualquier tipo de influencia o atadura para volar libremente. Incluso entre su última exposición y la actual hay diferencias notables en lo que se refiere a la soltura de la pincelada y la acentuación del color.
La hay entre esa corrida de pueblo (tema que ha pintado en otras ocasiones) y la que ahora nos ofrece, más sobria, solanesca casi. Entre sus “Lirios en primavera”. Que son los mismos de antes y, al mismo tiempo, no lo son. Entre las amapolas, los trigales, los almendros, los campos de su tierra y de todas las tierras que visita. Entre los jarrones con flores (una de sus especialidades) y los rostros de esos impecables y sueltos retratos femeninos. Carrilero ha alcanzado esa difícil maestría con los años y el esfuerzo, con un trabajo constante y tenaz, humilde y silencioso, apartado de la moda y de los ambientes donde brilla más el oropel de la apariencia que la verdad del arte.
Carrilero está ya al margen de cualquier discusión, como paisajista y como pintor. Está en ese punto en que la pasión de pintura apenas necesita el pretexto de un modelo para convertir en pintura lo que contempla, para que el más insignificante pequeño formato nos transmita el mensaje, grande y elevado, de la verdadera pintura.
Javier Rubio
ABC de las artes, 22-4-94×
Antonio Carrilero: El paisaje humano de La Mancha
Ante un cuadro de Antonio Carrilero pienso, qué portentoso es el arte de la pintura que permite al artista copiar un paisaje y hacerlo al mismo tiempo humano. Esa es la entraña, ese es el secreto de la pintura: copiar y copiarse. Hacer que los campos, los ríos, las piedras, los árboles, las flores hablen de quien los ha pintado. Tomar de la naturaleza las formas, los colores, las luces y mostrar lo humano a través de ellos.
Esta es la razón por la cual se ha podido decir que no es el Arte quien trata de imitar a la naturaleza sino que es la Naturaleza la que quisiera imitar al Arte. Antonio carrilero se ha pasado la vida pintando paisajes de la Mancha. El tiene mucho de su tierra pero los paisajes de su tierra tienen también algo suyo. Quien conozca su obra no podrá contemplar un paisaje manchego sin ver en él la mano del pintor.
Benjamín Palencia, su amigo y su maestro dijo de la pintura de Antonio Carrilero: “Es un arte que se basa en la Naturaleza creada por el dibujo y el color. El sabe que, antes que nada, tiene que saber dominar esta verdad y penetrar en aquella naturaleza de lo que ve su mirada para llegar a dar la imagen plástica que vive dentro de nosotros. Porque el arte, al mismo tiempo que es realidad, es imagen interior del que lo crea”.
Carrilero nació en 1936, en La Roda, villa de la llanura albacetense, allá donde, como en ninguna parte, es goza de la visión de la lejanía. Cuentan que el escritor francés Jean Cocteau, de visita por estas tierras, exclamó al contemplar la inmensidad de estos campos: “Por primera vez he visto el planeta”.
Fray Luis de león, exquisito poeta, contempló los paisajes manchegos desde el castillo de Belmonte de Cuenca donde había nacido. Guardaba quizá en su memoria la solemnidad de este paisaje cuando escribió en uno de sus poemas: “… la espaciosa y triste España”.
La Mancha, apabullante grandiosidad bajo la bóveda completa de la esfera, hay que llenarla de sueños. De sueños hasta la locura. Como don Quijote, que era de aquí y no podía haber sido de ninguna otra parte.
A Antonio Carrilero, La Mancha le dió la vida y le dió, también, los pinceles. Debe de ser muy difícil pintar en La Mancha. Pintar es difícil en todas pero, al profano, al que sólo goza del resultado y no sabe de la zozobra y de la angustia ante el lienzo en blanco, le parece que las montañas y los profundos valles, los riscos de los desfiladeros dan a la pintura un fácil argumento de visión próxima, de existencia inmediata.
La Mancha, al contrario, es como el mar, como el nudo planeta que veía Cocteau o el inacabable espacio de Fray Luis. En La Mancha, como en ningún otro sitio, hay que saber mirar. Y esto es lo que ha hecho Antonio Carrilero; descubrimos los juegos que la luz juega entre las cosas ínfimas de la sobrecogedora llanura.
La austeridad del paisaje no es un problema, sino un acicate, para Antonio Carrilero”, escribió el crítico Carlos Antonio Areán siendo director del Museo de Arte contemporáneo. Es exacto. Ha penetrado en la intimidad de su tierra y ha podido mostrarnos la flor del almendro, las torturadas cepas, los carirredondos girasoles, las amapolas del trigal, las amarillas aliagas, los caminos de herradura que van a todas partes.
Carrilero ha pintado muchas otras cosas: misteriosos paisajes andaluces, sierras bravas de Guadalajara, y también pueblos de encalados muros, fiestas de toros en plazas de carros, faenas de la era, bañistas desnudas del río, bodegones con uvas y membrillos. Permitidme que elija, entre sus cuadros, uno: el paisaje con lirios, humildad violeta entre verdes vivísimos y ocres profundos, bajo un cielo de nubes escritas.
“Pintor expresionista a la manera castellana”, “fovismo ibérico”, “la veta brava de la pintura española de que hablaba Lafuente Ferrari”, “influencias de Van Gogh, otro pintor de llanura”, “perfecto equilibrio de forma y color”, todo esto y mucho más se ha dicho de Antonio Carrilero. Y él mismo ha dicho de su arte que es “realismo lírico”. Perteneció, con Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Alvaro Delgado, Francisco San José, Carlos Pascual de Lara al gran movimiento que fue la Escuela de Vallecas. Su pintura, ahora, escapa a todas las etiquetas. Es, simplemente, él.
Antonio Carrilero, pintor no se ha limitado a pintar sus paisajes. Los ha soñado. El paisaje está ahí, no hay más que copiarlo. Pero… y en este pero está su secreto, el secreto de la pintura. Lo que estamos viendo en sus cuadros no es (sólo) el paisaje sino la visión que del paisaje tiene el pintor, su sentimiento ante el paisaje. Su sueño.
Ya no sabremos qué nos gusta más si el paisaje tal como es ahí fuera y como nosotros lo vemos o el que ha pintado el pintor que ha sabido mirarlo, sentirlo, soñarlo.
Toda tierra es inhóspita hasta que viene alguien que, como Antonio Carrilero, la hace habitable.
Luis Carandell×
Antonio Carrilero: La imaginación del Paisaje de La Mancha.
Recuerdo que Paul Valery tiene una frase típica que dice: La Pintura es lo que queda de un cuadro después de que se quita de él todo lo que no es pintura.
¿Y qué queda de los cuadros de Antonio Carrilero después de que se les quita todo lo que no es pintura?. Pues queda La Mancha.
Creo que tiene razón Luis Carandell en ese diagnóstico tan certero que ha hecho. Yo no sé si La Mancha es inhóspita, desde luego La Roda, donde él ha nacido, donde han nacido paisanos ilustres, donde nos conocimos, para mí es un deber no sólo de amistad, sino de justicia estar aquí, La Roda digo es tierra de buen vino, de buen jamón y pan blanco.
Pero lo que sí es cierto, sea o no inhóspito el paisaje, es que la hospitalidad de La Mancha requiere una segunda lectura, una mirada doblemente penetrante… y esa es la que Carrilero probablemente ha sabido captar y es la que nos ha hecho hacer captar cuando miramos sus cuadros.
Porque en La Mancha la imaginación ha de ser concreta. El aire es tan transparente, es tan fino que tenemos que ver las cosas cerca, con sus contornos nítidamente dibujados.
Se cuenta que en La Pampa argentina los viejos campesinos conservan intacta una vista maravillosa para ver la lejanía, pero no ven lo que está delante de sus ojos y suelen ir acompañados de sus hijos que les advierten de los peligros cercanos.
Pues Carrilero ha conservado muy buena vista para ver los grandes paisajes manchegos, que aquí los tenemos y para v er también esa imaginación de lo concreto.
Porque resulta que en La Mancha las cosas son lo que parecen, exactamente lo que parecen y esa identidad entre apariencia y realidad es la que da a estos cuadros su fisionomía.
Yo quería añadir nada más dos reflexiones. Una es una frase de Benjamín Palencia sobre Carrilero, donde dice que el arte no es sólo realidad sino la imagen interior del artista. Y yo creo que estos cuadros son también autorretratos del pintor, o sea, pintura verdadera. Resistente a todas las vanguardias y a lo que no sea propia verdad expresiva.
Y por eso creo que el mérito de Antonio Carrilero es su propia veracidad como artista. Él ha sabido conservar su herencia y ensancharla. La ha sabido exponer a todos los vientos y sin embargo, mientras tanto, no deja de ser él mismo.
Mis felicitaciones.
    Antonio Fernández Ordóñez.
    Ex-Ministro de Asuntos Exteriores.×
De la Presentación en el Salón Cano. Madrid, 29 Abril 1991.
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